Alberto Aranguibel B., 21/09/2023
Ocurre con el tema de las sanciones, que la mayoría de la gente las entiende de manera fragmentada. Históricamente se las asume como referidas a las particulares diferencias políticas entre determinados países y los sucesivos gobiernos de Estados Unidos de Norteamérica, dejando por lo general de lado la cuestión de fondo que ellas comprenden ya no nada más como ilegales instrumentos de coerción y de chantaje, en razón del poderío que ejerce en el sistema económico y financiero internacional ese país destinadas a derrocar gobiernos o imponer normas de comportamiento, sino como una forma de gobernar meticulosamente estudiada y desarrollada por los tanques pensantes norteamericanos en correspondencia con una inequívoca noción de imperialismo mucho más allá de lo que las sanciones suponen como eventual respuesta contra gobiernos considerados por ellos como inamistosos.
Ciertamente es más que inexplicable que un país que se dice líder en la promoción de la democracia, como lo es EEUU, recurra de manera tan persistente y sistemática a un mecanismo de presión tan susceptible de ser cuestionado por las naciones del mundo, que en su gran mayoría propugnan un ideario de soberanía y de independencia como base de su sistema político y que, en vez de moderarse de alguna manera, pareciera avanzar cada vez más como el rasgo definitorio de la política exterior de esa nación.
A raíz de la profundización de esa perversa política de sanciones, en particular contra Rusia, China, Cuba, Irán y Venezuela (en lo que el gobierno norteamericano involucra cada vez más a terceras naciones, a las que amenaza y somete con la aplicación de similares medidas coercitivas si colaboran con los países sancionados) se ha demostrado hasta la saciedad la forma en que dichas acciones de hostilidad generan perturbaciones económicas no solo entre las naciones sancionadas, más de treinta en todo el mundo, sino a las propias empresas norteamericanas cuya producción depende de la fluidez del intercambio internacional de materias primas o de productos elaborados, lo que afecta la calidad de vida en el propio EEUU y sus países aliados.
No son pocos los voceros políticos y medios de comunicación norteamericanos que han denunciado de alguna manera las medidas coercitivas unilaterales como ineficientes, vistos los exiguos resultados que en términos de cambios políticos las mismas han arrojado en países como Irán o Cuba luego de más de medio siglo de aplicadas ininterrumpidamente sin que surtan efecto alguno, como no sea hacer sufrir a esos pueblos de la manera más inclemente e inhumana,
Las sanciones a grandes consorcios tecnológicos chinos, como Huawei, o a las exportaciones rusas de energía y de cereales, o a las petroleras de Venezuela hacia sus mercados naturales, lo único que han logrado hacer (salvo en los casos cubano y venezolano, donde sí han generado un profundo daño al pueblo que han hecho sufrir con esa demencial agresión) es poner en aprietos a vastos sectores de la economía a lo largo y ancho de los cinco continentes. Lo que, sin lugar a dudas, hace mucho más desconcertante para algunos la persistencia de Estados Unidos en la práctica de la sanción en procura de cambios de regímenes políticos en aquellos países que no le resultan agradables o no le son complacientes.
Sin embargo, la sanción como instrumento de presión no deja de ser una herramienta esencial de la política exterior norteamericana, en la cual creen ciegamente vastos sectores políticos y académicos de ese país en virtud del supremo objetivo imperialista de imponer globalmente el neoliberalismo como modelo económico.
En “¿Por qué las sanciones son una forma de guerra?”, Stuart Davies e Immanuel Ness, dos de los más prestigiosos pensadores norteamericanos del Siglo XXI en la materia, sostienen:”Las sanciones generalmente funcionan para castigar a los Estados que no cumplieron a voluntad con la norma neoliberal o representan una amenaza competitiva potencial a nivel regional o global. A menudo se han dirigido a Estados que desafiaron el neoliberalismo global, el sistema económico mundial impuesto por Estados Unidos y sus socios de Europa occidental. Los Estados que se atrevieran a violar las políticas neoliberales estadounidenses van a estar sujetos a severas sanciones por parte de agencias multilaterales dominadas por Estados Unidos, que desestabilizarán las monedas nacionales y llevarán a sus economías a la depresión económica. Las herramientas financieras aplicadas por Estados Unidos y las principales potencias capitalistas han sido fundamentales para obligar a las naciones “deshonestas” a someterse al régimen neoliberal.”
Pero la reacción que genera cada vez con mayor frecuencia en el ámbito internacional la arbitraria práctica de las sanciones, no es solamente por su carácter distorsionador de la economía mundial (que coloca siempre el grueso de la boca del embudo económico hacia EEUU y la parte más estrecha hacia el resto del mundo) sino en virtud de su naturaleza hegemónica, que supedita el derecho internacional al derecho imperialista, contrario por definición propia a la noción de soberanía por las que se rigen las naciones del mundo.
Desde la óptica de esos países, ciertamente las sanciones transgreden toda normativa en materia de soberanía e independencia.
En ese sentido, desde escenarios como el Consejo de Seguridad de la ONU, aún siendo una instancia en la que un reducido grupo de países poderosos secuestraron aquel anhelo de igualdad que inspiró luego de la Segunda Guerra Mundial la creación de ese organismo multilateral de concertación, se intenta ponerle restricciones a tales transgresiones. Restricciones que se topan siempre de frente con el mismo constructo retórico en defensa de la libertad y la democracia con el cual EEUU justifica la agresión que indistintamente aplica contra los pueblos no alineados a sus designios.
“Estados Unidos –siguen diciendo Davies y Ness- ha mantenido un nivel económico, político, militar y cultural global incomparable a lo largo de setenta años, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, reforzado con la caída del Unión Soviética y el fin de la guerra fría en 1991. Sin embargo, en la década de 2010, la esfera de domino estadounidense en esas cuatro áreas ha sido objeto de una renovada controversia a nivel global. Lo más notable es el ascenso de China como motor de desarrollo y crecimiento económico en Asía Oriental y mas allá, así como el resurgimiento de la Federación Rusa como un formidable competidor militar en Europa y el Oriente Medio. Esta forma de rivalidad, que ha evolucionado hasta el 2020 amenazando el dominio norteamericano en esas cuatro áreas, es definitiva. Lo que significa que, la dominación ha dado lugar a un nuevo escenario para defender y hacer avanzar sus ventajas imperialistas.”
“Si bien las sanciones económicas -dicen- tienen como objetivo castigar a los individuos, organizaciones y Estados responsables de violar los derechos humanos, éstas se extienden cada vez más para incluir a poblaciones enteras, incrementándolas al prohibir a todos los demás países participar en actividades económicas con los sancionados. Como resultado; las sanciones económicas castigan de hecho a poblaciones enteras de Estados nacionales.”
“EEUU y sus aliados han aplicado sanciones económicas como medio para fomentar la disidencia, con la esperanza de desestabilizar a líderes y partidos gobernantes (a menudo calificados como “regímenes”) para derrocarlos y expulsarlos del poder y colocar en él a líderes que apoyen las políticas norteamericanas.”
“Si esos países están sufriendo recesiones y colapsos económicos importantes -concluyen- esas ONG’s que EEUU promueve desempeñan un papel decisivo en la selección de esos líderes alternativos. Una de las razones más importantes de las sanciones como aspecto vital del imperialismo.”
En síntesis, lo que en algún momento pudo ser un dilema existencial y ético de cierta envergadura para la sociedad norteamericana, como lo fue particularmente luego de su estruendosa derrota en la guerra de Vietnam a finales de los años setenta el debate acerca de la veracidad o no de que Estados Unidos fuese un imperio (o, en el menor de los casos, que se comportara como tal) pareciera no tener hoy la menor importancia. Sobre todo en los estamentos políticos que, de acuerdo a filósofos como Noam Chonski, no tienen de ninguna manera diferencias reales en cuanto a su percepción del rol dominante que, según ellos, debe desempeñar EEUU en el escenario internacional, tal como lo expresan la letra del “Destino Manifiesto” y los miles de documentos oficiales y no oficiales que a través del tiempo han remarcado exactamente la misma idea de su supremacía.
Richard Nephew, quizás el más importante estratega de EEUU en materia de sanciones, escribe en su famoso libro “El arte de las sanciones; una visión sobre el terreno”, considerado en EEUU la biblia sobre el tema, “Mi perspectiva es la de un responsable de la formulación de políticas que dedicó su carrera profesional a diseñar y aplicar sanciones. Lo que yo aspiro es hacer una evaluación de factores básicos: ¿cómo infligen dolor las sanciones?; ¿cómo actúa el dolor?; ¿cómo el dolor se traduce en una acción por parte del sancionado?; ¿cómo funciona la resolución, cómo se comunica y cómo afecta el resultado del esfuerzo de las sanciones?”
“Cientos de libros y artículos escritos en las últimas décadas -sigue Nephew- han tratado de ahondar en el tema central: ¿Funcionan las sanciones? ¿Cómo lo hacen? Cada una de esas obras contribuye a alimentar el debate acerca de las sanciones, su eficacia y el lugar que ocupan como herramienta del arte de gobernar moderno.” (subrayado nuestro)
Es obvio que ya no se trata solamente de pensadores de derecha disertando en las academias o a través de la literatura sobre esa demencial forma de entender las sanciones como una nueva modalidad de gobierno sobre el resto del mundo.
El problema es que hoy esos pensadores son funcionarios de alto rango, con responsabilidades en el diseño y planificación de políticas públicas, que terminan formando parte de la estructura del Estado. Lo que demuestra sin lugar a equívocos que definitivamente para esa nación la democracia es ya un modelo agotado e inviable, desplazado por una nueva forma de concebir el gobierno, abiertamente antidemocrático y totalitario, que se pretende a sí mismo por encima de todo cuanto hasta ahora ha contemplado el derecho internacional como la norma universalmente aceptada de entendimiento entre las naciones.
Las sanciones son apenas herramientas que, además de darle, por supuesto, réditos económicos importantes y una progresiva concreción práctica a su presencia hegemónica en el mundo, le sirven a EEUU para ir posicionando cada vez más en la mente de la gente la nueva realidad del dominio de carácter eminentemente imperialista que pretende imponer.