Por: Andreas Baumgart
Inicialmente este texto fue formulado como carta personal, pero decidimos convertirlo en una pequeña publicación. Se trata de un esbozo con la finalidad de fomentar un debate con algunas ideas alternativas y criterios que difieren del discurso generalizado sobre los problemas sociales y ambientales, que nos están llevando de manera acelerada a la extinción. Abogo por un cambio paradigmático, descrito en los siguientes párrafos, aún bastante abstractos, pero a complementar y concretizar en el debate. Dudo que el esquema básico del antiimperialismo tradicional, que se puede apreciar en Nuevordeninternacional.com, permita un debate más abierto en relación con algunas de las premisas antiimperialistas, que de desde mi punto de vista ya no es actuales. Es más, son contra productivas.
Me refiero primordialmente a enfocar el mundo desde un punto de vista afirmativo hacia la existencia de estados nacionales, el concepto de la nación, la soberanía nacional, territorios, fronteras y competencia de bloques político-económicos. Históricamente nos encontramos ante la realidad de una multipolaridad de estados con mayor o menor influencia y por el otro lado, con un solo sistema mundial, el capitalismo, en el que rigen la propiedad, el valor, el dinero y capital. No solo contamos con estados de mayor o menor desarrollo industrial y digital, montados sobre la base de conversión de toda expresión humana, física o mental, de la tierra y suelo en mercancía, sino con una enorme cantidad de estados, hoy basados en la misma categoría básica, sin haberse industrializado y creado una base social y mental para lograrlo. El sistema de puesta en valor ha alcanzado hasta los últimos rincones del mundo y ha creado, independientemente de la orientación política y estructura de los estados, un sistema único: la sociedad mundial de mercancías.
He introducido el término de sociedad de mercancías como mejor alternativa a la del término capitalismo, que ha sido reducido de parte de sus críticos de izquierdas generalmente como un problema de explotación de plusvalía y capitalistas malvados, que solo piensan en sus ganancias. Además de centros conspirativos e imperiales, que manipulan a los pueblos y los obreros. La victoria global del sistema de la producción de mercancías solo ha dejado pequeños residuos de formas sociales de reproducción e interacción, que se basan en cooperación y el compartir, con tradiciones, usanzas y creencias multifacéticas, que aún no están dominados total o solo parcialmente por el poder del vil metal.
Dicho sea de paso, las izquierdas y los ecologistas desarticulan inconscientemente estos residuos con sus propuestas a favor del comercio, pidiendo o promoviendo una mayor integración de las comunidades indígenas y campesinado rural en los mercados locales, nacionales y mundiales. Una de las tantas ironías de la historia es la inconsciente implementación de todos los mecanismos necesarios para una acumulación de capital de parte de los países socialistas en sus territorios durante la acumulación retrasada: La conversión de la actividad humana y sus resultados en propiedad y mercancía y por ende, el dinero como medio universal de la reproducción individual y colectiva.
Finalmente, la Unión Soviética implosionó, porque la economía de mercado generalizada en su territorio no es viable con una planificación burocrática de estado. Los soviéticos nunca lo entendieron. Sin embargo, China “solucionó” el problema tomando pragmáticamente el toro por las astas y promoviendo el crecimiento de mercado, liberalizándolo cada vez más y reduciendo la influencia planificadora estatal. Una dinámica riesgosa, que puede reventar al partido en las próximas décadas o acabar en un sistema autocrático de oligarquías y mafias. El partido comunista es y fue el mayor promotor del desarrollo capitalista actual más dinámico del mundo. El gran reto para salvar el mundo no consiste en reorganizar y conformar nuevas constelaciones imperiales, de competencias de bloques y competencias entre estados nacionales. No descarto la posibilidad de algunos progresos económicos en algunas regiones del sur global, mientras otras del norte global agudizan sus crisis.
Pero todo este “progreso” se basa en el mecanismo de la competencia entre individuos y entre estados, por contingentes de dinero. Cualquier progreso económico, definido como crecimiento, significa más destrucción del medio ambiente y de los recursos naturales que nos nutren.
Hoy el reto consiste en crear una orientación generalizada hacia la calidad y las cualidades de productos, la producción según necesidades, hacia las condiciones del desempeño humano, la conservación de las tierras, las aguas y la atmósfera, basadas en una nueva forma de interrelacionarnos entre individuos y colectivos autodeterminados. Esto significa, que las sociedades se deben despedir del anonimato del mercado y dejar de lado los criterios que dominan hoy a los individuos y los estados: Eficiencia, ganancia, valor, competencia y crecimiento monetario. El único indicador válido para definir el rendimiento de una producción en la sociedad de mercancías es el precio, ósea el valor monetario. Formulado en términos marxistas: La contradicción entre el valor de intercambio y el valor de uso se ha convertido en definitivo en la dinámica de la autodestrucción humana y del deterioro de la naturaleza.
La sociedad de mercancías no es compatible ni con nuestra naturaleza ni con los potenciales sociales y mentales del ser humano. La alternativa consistiría en desarrollar los aspectos de una relación social posible, no basada en propiedad e intercambio de mercancías, generalizada a través del medio abstracto universal dinero. La tarea actual consiste en estudiar y elaborar las posibilidades de superar a los mercados y su dinámica automática a favor de una nueva organización social de asociación directa, consciente, autoconsciente, incluyente, participativa y colaboradora, basada en el acuerdo mutuo y el acceso a los bienes producidos y naturales a través de la tenencia acordada y no de la propiedad.
Estoy consciente que esto suena actualmente absolutamente utópico frente al pensamiento ideológico generalizado, que cree que el ser humano es por naturaleza un “homo economicus”, un ser intercambiador, propietario, competidor y que el dinero es habido y por haber hasta la eternidad. Si no se logra quebrar esta ideología y cambiar la realidad de la reproducción, el mundo humano no tiene remedio.
Para dar un ejemplo relacionado con la Amazonía: En vez de propagar la conversión de la riqueza natural de la selva en propiedad y mercancías, para supuestamente favorecer a las comunidades indígenas, se debería pasar a crear comunes, que justamente no se encuentran bajo la lógica del intercambio y dinero. Comunes asociados con otros comunes, que se ponen de acuerdo en que producir; la repartición de productos; la planifican de la producción; la distribución y que organizan a los pobladores según las necesidades y posibilidades. Una de las más importantes tareas de comunes de la selva sería la protección de la naturaleza. Esto es solamente viable, si por un lado las comunidades se encuentran en condiciones de producir para su autarquía parcial y el abastecimiento de algunos otros sectores de la población, también organizados en comunes. Y por el otro lado, que tengan facultades de defensa, basadas entre otros en tecnología (drones, comunicación etc.) y armamento, que les permitiera cumplir con estas tareas adecuadamente. Obviamente el Perú, es como sus países vecinos, una sociedad de mercancías y el dinero sigue siendo indispensable para el acceso a muchos productos y servicios para las comunidades.
El auto sustento, aunque promovido y ampliado, no puede reemplazar el cubrimiento de necesidades elementales, solo accesibles a través del dinero. Es allí donde el estando progresista tendrá su primordial tarea: Un ingreso básico monetario para cubrir los gastos necesarios de las comunidades indígenas y de los productores que abastecen a sectores de la población sin equivalente monetario.
Bueno, esto solo es un ejemplo de la aplicación de comunes para el Perú, que es uno de los pocos países del mundo, donde aún existe, aunque en declive y disolución una producción agraria rural familiar y comunidades indígenas con algunas tradiciones colectivas. De hecho, esto no es una base para reproducir a toda una sociedad moderna y con un nivel necesario para el buen vivir.
Justamente por esto nace también un concepto moderno de comunes desde los centros y las metrópolis de los países industrializados, que están dirigidos a la concepción de una sociedad con alto nivel tecnológico y de cooperación y compartir, siempre en concordancia con el medio ambiente y el buen vivir.
Yo veo dos tendencias de desarrollo de comunes: Las predominantes, que surgen de las ONGs y sectores sociales orientados a los sectores pobres generalmente agrarios y de comunidades ancestrales en el sur global y que intentan “importar” criterios comunales y tradicionales del sur global o de estudios de comunidades desaparecidas europeas. Promueven en el norte global ideas de autosustento y construcción de sectores paralelos a los dominantes capitalistas y paradójicamente la inserción de las comunidades indígenas aún existentes en los mercados. Generalmente no cuestionan la mercancía ni el dinero, sino propagan otros criterios para su uso.
Y una tendencia, aún minoritaria, que pone el enfoque en la necesidad de acabar con la propiedad y el mercado, para que todos los miembros de la sociedad tengan acceso pleno a los recursos necesarios para organizar una vida saludable y pacífica. Los comunes no como sectores complementarios para el sistema de mercado, sino los comunes como organización social para superar al mercado como tal. Obviamente no se puede ignorar lo que acontece a nivel político y económico y las dinámicas entre los estados y los bloques.
El concepto moderno de comunes es transversal y contrario al concepto de estados, naciones y competencia mercantil internacional. Recoge, aunque raras veces formulado de esta manera, la idea original del comunismo: superación de la propiedad, del mercado y capital, del estado, del trabajo asalariado, de la política y de la ideología. Una producción y uso de sus resultados según acuerdos mutuos y una organización social que se basa en el reconocimiento de la diferencia individual, la inclusión y en la cooperación y producción consciente de la vida. Las condiciones están dadas. El nivel de productividad humana es más que suficiente para que toda la humanidad pueda vivir bien. Permite superar la forma del trabajo destructivo, fatigante, uniforme y reducido; el cambio hacia tecnologías adaptadas a las necesidades del desarrollo del individuo y menos invasivas sobre la naturaleza y para finalizar, producir los bienes materiales e inmateriales según necesidades basadas en acuerdos y posibilidades creadas conscientemente, en vez de inundar al mundo de mercancías únicamente destinadas a crear valor monetario, degradándonos a meros consumidores.