NEOCOLONIALISMO AMBIENTAL SOBRE AMERICA LATINA.

Por: Ricardo Soberón, analista.

En las cercanías del Bicentenario de la Independencia de gran parte de la comunidad latinoamericana, es motivo de reflexión, el nivel de nuestra autonomía para decidir nuestros propios destinos, en circunstancias que el fenómeno globalizador se ha detenido y empieza su declive ante la aparición de un Trump “recargado” que vuelve al aislacionismo, el negacionismo, el proteccionismo y la hegemonía unilateral, sustentado en su base ideológica conservadora, los intereses tecnocráticos y su segmento político[1].  

Formalmente somos regímenes democráticos, con elecciones periódicas, pluralidad política y un sistema de libertades (concepción occidental de DD). Pero en el fondo encontramos un panorama completamente distinto donde las democracias están supeditadas a intereses privados, mientras subyace una gran brecha económica y social que no permite cumplir con la “agenda 2030” ni los ODS; mientras tanto, la población se desencanta de la separación de poderes y apuesta por el populismo y la “mano dura”. En el esquema externo, encontramos una arquitectura profundamente debilitada: una OEA dependiente de Washington y otros mecanismos detenidos en el tiempo (CELAC, ALBA).

Sobre la base del neocolonialismo del siglo XXI encontramos una arquitectura financiera absolutamente al servicio de grandes intereses, mediante el permanente servicio de la deuda externa. El caso de la Argentina de Millei y sus recientes acuerdos con el FMI. Luego tenemos un sistema de comercio internacional que formalmente defiende la libertad de comercio (OMC), pero en la práctica esconde diversas formas de proteccionismo de los países desarrollados, que hoy se evidencia en los aranceles impuestos por Trump, pero que tiene una historia atrás.

Pero en lo más profundo del concepto encontramos las políticas que favorecen la libre explotación de los recursos naturales de América Latina -renovables y no renovables- por parte de empresas trasnacionales, y grandes intereses privados. Nuestro destino como simples proveedores de materias primas sin transformar ha estado en el origen de nuestros Estados, en el siglo XVI con el oro, luego el guano, el caucho, el petróleo ahora los minerales raros…la continuidad de la denominada “enfermedad holandesa”. La implementación de lo que Gudynas refiere como la teoría de los extractivismo, que cruza a gobiernos conservadores y progresistas en la región, so pretexto de una transición energética para enfrentar el Cambio Climático. Este modelo, además de destruir nuestra biodiversidad sirve para alimentar la demanda en los centros de poder en Inglaterra, Francia y otros países europeos.

Luego tenemos los avances ocurridos en el marco de la protección del ambiente, la biodiversidad y la lucha contra el cambio climático. Encontramos una detallada lista de tratados, convenios y declaraciones, pero los que suelen cumplir la tarea son los países del Sur global mientras que los países mayormente responsables no lo hacen.

En ese marco, las acciones emprendidas para reducir los efectos del cambio climático, basadas en la instauración de un mercado de compensaciones de carbono, han resultado un fiasco, provocando una serie de negocios, conflictos, y lo peor de todo, no logrando el objetivo deseado.

Por otro lado, los intentos integracionistas frente a la necesidad de proteger la Amazonía no han tenido resultados (Cumbres de Leticia y Belem do Para), mientras que aumentan los problemas de sequias, incendios y deforestación, así como la desaparición de PPII y la biodiversidad, a lo largo del territorio de todos los países amazónicos. La primera ola de “internacionalización” de la Amazonia en la época de Miterrand, Al Gore en los 80 y 90, ahora enfrenta ataques mucho mas directos. Ahora, los intentos de Brasil y Colombia se han visto fracturados por la multiplicidad de intereses, algunos países siguen apostando por el petróleo (Brasil, Bolivia, Venezuela y Perú), mientras que unos pocos como Colombia intentan infructuosamente la transición energética, cuando gran parte de su matriz productiva sigue estando basada en energía fósil.

Es decir, estamos ante una situación en la que América Latina es un territorio en disputa entre los grandes superpoderes que surgen del fin de la globalización: China y EE. UU enfrentados por ahora en una evidente guerra comercial, uno de cuyos escenario será nuestro continente. Ello explica las recientes decisiones de Trump sobre América Latina, pero Europa no se queda atrás.

A través de instrumentos como el Pacto Verde del 2019 para llegar a la neutralidad climática el 2050[2], formaliza una relación neocolonialista con los países de América Latina que mantiene la explotación de recursos naturales (extractivismo), sostiene el vertimiento de residuos tóxicos, la externalización de la huella de carbono y el mantenimiento de un mercado de derechos de emisión de carbono.   Así parece confirmarlo el comisario europeo para Asociaciones Internacionales Josef Sikela, cuando refiere -frente al histórico compromiso de 0.7% del PBI como media de cooperación al desarrollo según Aidwatch 2024- que el objetivo es garantizar el desarrollo económico europeo[3]. En realidad, se trata de “soluciones negocio”, que mantienen el modelo de crecimiento ilimitado, que potencia los efectos negativos y aumenta las asimetrías dentro de los países y entre el Norte y el Sur, como sostienen algunos (Bringer 2023)[4].


[1] Diálogo con Eduardo Gudynas, docente e investigador uruguayo: Trumpismo: geopolítica, aranceles y recursos naturales – Hora 25

[2] https://www.consilium.europa.eu/es/policies/european-green-deal/

[3] https://x.com/JozefSikela/status/1835961251379237048

[4] BRINGER Breno y otros “Globalismo Verde: Raíces Históricas, Manifestaciones Actuales y su Superación” en Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Número 163, 2023.

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